Domingo
No siento en el alma más que un
seco murmullo, una repetición monótona de un reloj interno que siempre ha
estado encendido y que no se puede parar. Las impresiones pasan a través de mí
como agua sobre una película impermeable. Hay un muro entre el mundo y yo que
soy incapaz de atravesar. He intentado medir el grosor: apenas 4 centímetros y
medio; y sin embargo, es muy robusto. Llevo intentando pasar a través de él
cuatro días seguidos. Ayer ya en la madrugada desistí, pues me había pasado
todo el día intentando romperlo, sin éxito. Esta mañana volví a probar. Pero es
demasiado grueso. Mañana lo intentaré otra vez.
Lunes
¿Es acaso esto una enfermedad? Me
estoy preocupando. Ayer, mientras paseaba hacia el páramo con Guillem, sucedió
algo extraño. De pronto se detuvo en seco y observó espantado una mancha espesa
y abultada que sobresalía en el camino. Sus ojos miraban con horror el cadáver
de un gato desmembrado como resultado de un grave accidente, o un terrible
crimen.
-Qué deplorable, ¿qué desalmado habrá
hecho esto?
Y mientras tanto señalaba con su
bastón al animal muerto. Tras aquel incidente nuestro paseo se vio afectado, y
fueron varios los minutos en que anduvimos en silencio, hasta que Berta se
encontró con nosotros y nos distrajo con las últimas novedades que se contaban en
la ciudad. Las primeras palabras de Guillem aún estaban teñidas de dolor, y su
garganta temblaba. No había duda de que había estado sufriendo mientras
caminamos. Sin embargo no sentí nada.
Martes
Berta no ha parado de hablar en
todo el día sobre la forma en que la mira Guillem, qué sutileza había en su
forma de dirigirse a ella, como un caballero, como si ella fuera una diosa. Ella
no paraba de reír, y yo la acompañaba, aunque más por comportarme acorde con la
escena que por el hecho de divertirme realmente.
-Pero tú, ¿nunca has sentido algo
así? ¡Tiene que haber alguien! – me decía, mientras saltaba a la cama
llevándose las manos al pecho y soltando sonoramente todo el aire de sus
pulmones, escrito en él el nombre de nuestro amigo.
Pero las relaciones están hechas
para cierto tipo de personas. Además, yo no siento nada.
Jueves
Los pajarillos se arremolinan en la
ventana y pían. Papá les puso comida y agua en unos platitos, para que se
acerquen cuando quieran. Aunque una parte de mí es consciente de lo hermosa
que resulta la escena, yo no la siento
hermosa. Otra parte más grande de mí sabe que debería llorar ante tal
desgracia, ante el hecho de no sentir. Pero la verdad es que no noto que ninguna
lágrima quiera brotar de mí. Aunque quisiera, estoy vacía.
Abro el libro que estoy leyendo y
prosigo la lectura donde la había dejado. De alguna manera, los personajes
vuelan sobre el papel y mis ojos saltan de una línea a otra, y sin embargo, no
soy capaz de recordar nada de lo que haya leído. Continúo la actividad, aun
así; en cualquier momento todo volverá a la normalidad, me digo.
Viernes
¿Estoy loca o enferma? ¿Es posible
curar una forma de ser?
Un fantasma se ha instalado en mí –y
tengo la sospecha de que no va a irse nunca.
Sé que podría describir esta
sensación de vaciedad, pero no puedo; no puedo expresar la nada con palabras.
Sábado
Guillem y Berta proponen excursión a la
montaña Papillons. Acepto, porque no quiero que sospechen nada de lo que me
pasa. Aunque sé que de alguna manera lo sospechan. Fingir normalidad para
evitar que nadie descubra lo que sucede, pero fingir, al fin y al cabo. Me
quede en casa como si no, saben que algo va mal.
(Sábado
noche)
El día ha ido mucho mejor de lo
previsto… ¡mucho!
En un primer momento, la
conversación entre Guillem y Berta hacía que no tuviera que preocuparme por
sacar palabras de mi boca. Me sumergí con tranquilidad en mi mundo de
pensamientos –que consistían, sobre todo, en resolver la duda existencial de por
qué no sentía nada-. La mañana era clara y el cielo azul, impío. Nos sentamos a
comer en un claro donde extendimos un pequeño mantel de cuadros. Ya no había
excusas para no hablar, así que me uní a la conversación para no ser un mueble.
La brisa fresca nos acariciaba y los pájaros piaban a lo lejos, mientras se escuchaba
el murmullo del río. Identifiqué ese momento como uno en los que supuestamente
debería estar feliz.
Tras llenarnos, echamos una larga
siesta. Sin la necesidad de hablar ni pensar, mi cuerpo debió viajar a otro
sitio. Cuando despertamos el cielo estaba de un hermoso y enrarecido color
púrpura.
Reconocimos la silueta del señor
Magallanes de pronto, el cual venía a la carrera hacia nosotros sujetando su
sombrero abombado con la mano.
-Pero… ¡señor! ¡Llevamos todo el
día buscando a los señoritos! Estas dos muchachas, y este muchacho… ¡desaparecidos,
todo el día!
Continuaba hablando jadeante y
exaltado, mientras sus mejillas encendidas por el sofoco cada vez enrojecían
más. Un trueno atravesaba el valle en ese instante para segundos después dejar
paso a la luminosidad del rayo. Los ojos de Berta brillaban mientras aguantaba
la risa. De pronto una tromba de agua cayó y lo empapó todo. El mantel de
picnic se convirtió en una terrible mezcla de servilletas rotas y agua en los
platos. Magallanes continuaba su charla en voz terriblemente más alta, para
poder contrarrestar a la lluvia. En ese momento la fuerza del agua pudo con el
contenido de una rama que se encontraba justo sobre nuestras cabezas; y el nido
construido por algún pájaro cayó de la misma, yendo a parar directamente sobre
el sombrero abombado de Magallanes, el cual paró su discurso en seco, se convirtió
en púrpura y comenzó a echar humo por las orejas.
Berta explotó y me sorprendí al hacerlo yo también. Guillem también reía. Reí como hacía meses que no hacía, y
cada vez que estaba a punto de parar reía aún más fuerte.
Nos levantamos riendo, recogimos
riendo, y seguimos corriendo hacia la ciudad al malhumorado Magallanes, también
riendo. Por fin llegamos a un lugar donde resguardarnos. Tomamos chocolate
caliente y mi piel, ropa y pelo se iban secando poco a poco. Esa sensación me
llenaba tanto como los pájaros que venían a cantar a la ventana.
Mientras contábamos historias, hubo
un momento en el que, inexplicablemente, mis ojos se humedecieron y antes de
que lo notara nadie tuve que esforzarme sobremanera para no llorar. Supuse que
era la emoción de mi propio cuerpo al sentirse
vivo de nuevo.
Cuando llegué a casa estaba
cansada, pero aun así quise contarle a mi familia el día que habíamos pasado. Tras
cambiarme de ropa, papá me invitó a ayudarle con unos trabajos de astronomía.
Vi por primera vez a Júpiter a través del telescopio.
-Se cree que hay muchas más
galaxias como la nuestra. Y quién sabe, cuántos planetas, cuántas más pequeñas
y curiosas como tú andan por ahí arriba… No sé cómo puede existir alguien que
aun contemplando la vasta hermosura del espacio y de este universo pueda
sentirse desdichado.
Tras besarle me fui a la cama.
Tenía razón. Pero no había sido capaz de sentirlo hasta hoy, desde hacía mucho
tiempo. ¡Qué hermoso es este estado de felicidad, y qué terrible cuando te lo
arrebatan! Pero aún no estoy segura de si ya estoy curada del todo.
Martes
Escribir poco es buena señal. Estos
días no se han visto nublados por la tristeza, o lo que es peor, por la
ausencia de emociones. Ayudo a papá por las noches a explorar el universo, y él
me cuenta historias. Es todo un privilegio. Me da pereza explicarlo todo, pero
lo único que puedo decir es que hay grandes verdades ahí fuera que esperan ser
descubiertas, y que somos tan pequeños que todas nuestras guerras, tristezas y
peleas son aún más absurdas cuando eres consciente de que no somos más que un punto
en un gran abismo.
El muro empequeñece.
Miércoles
Por fin. Estoy curada. Aunque me
aterra no saber cuándo volveré a perder la sensibilidad, al menos me siento
humana.
Lo he descubierto como se suelen
descubrir las cosas más importantes sobre una misma: leyendo lo que otros han
sentido.
Fue este poema de Emily Dickinson:
"Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente -
y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor -
comenzó a batir -a batir -hasta que pensé
que mi mente se volvía muda -
y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio -comenzó a repicar,
como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí -
y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí -
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces –".
arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente -
y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor -
comenzó a batir -a batir -hasta que pensé
que mi mente se volvía muda -
y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio -comenzó a repicar,
como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí -
y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí -
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces –".
Cerré el libro y lloré –creo que
eché todo un mar-. Cuando terminé de llorar, nunca me había sentido tan feliz
de haber sentido algo. Estoy curada, por fin, y se fueron los días en los que
hubiera leído esto y no hubiera sentido nada.
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