Siento como si te hubiera conocido. Me susurras en las paradas de autobús, te busco en todos los trayectos en el tren, en cada hueco libre de mi existencia. Prefiero quedarme contigo a solas un poco más y así alargar la mayoría de mis días.
Guardaba tus ecos y los abría, los cerraba, los revisaba a mi antojo. Escuchaba lo que quería oír, dejaba que me dijeras una y otra vez mis frases favoritas.
¿Y qué más da ser joven y sentirme perdida? Tú ya vives por mí.
Las aventuras que se cuelan en tus páginas son el reflejo violento de todo aquello que sueño, pero que quién sabe si me atreveré a hacer algún día. Tus viajes solitarios, tus 9 horas de senderismo, tu auto-stop, tu espíritu rebelde.
Me enseñas formas de amar exóticas, extrañas, que nunca creí posibles. Me enseñas la importancia de las relaciones humanas. Me enseñas que "no se nace mujer". Me enseñas la belleza de vivir la vida, pues está hecha para ser vivida. Te paras, observas, te dejas llevar por el mundo. Nunca llegaste a creer en el Otro, esa realidad intocable, de la cual te han hablado, pero que nunca llegas a mirar de frente, como un molesto ruido que desaparece cuando escuchas, como una sombra que no está cuando giras la cabeza. Como la muerte, hasta que supiste que eras mortal, y comenzaste a preocuparte por ella.
'Plenitud de la vida', para ti comenzó a mi edad. Qué extraño, sentirte tan cerca, cuando tú estás bajo tierra, en algún lugar junto con los huesos de Sartre.
Te sentiste mucho tiempo incomprendida, y quisiste consagrarte a la literatura - y nunca dejaste de intentarlo, no publicaste hasta los 30.- Y viviste una hermosa vida.
Supiste quién querías ser y te creaste.
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