lunes, 24 de noviembre de 2014

Un infierno en la tierra

"Existe mucha diferencia entre denunciar el mal y hacer el bien." (Philip Gourevitch)

Estoy leyendo un libro.
No es noticia que yo esté leyendo, puesto que lo hago con frecuencia... Pero para mí, es una importante noticia estar leyendo este libro. Y para vosotros, si es que os animáis a anotar el título de esta recomendación, también será una gran noticia.

Es un libro grueso, un libro que leo entre viaje y viaje en el tren, camino a la universidad. Un libro lo suficientemente importante como para despertarme como lo harían tres cafés a las 9 de la mañana, y para coger con ganas en cualquier rato libre de la vuelta a casa.

Podría llamarse tan sólo "Historias de Ruanda", pero el autor escogió un título más llamativo: 

"QUEREMOS INFORMARLE de que MAÑANA SEREMOS ASESINADOS con NUESTRAS FAMILIAS. 
Historias de Ruanda."
Philip Gourevitch.

El impacto que produce el leer esta frase, procedente de una carta que redactaron los pastores de un pueblo tutsi el 15 de abril de 1994 como pedida de auxilio al pastor Ntakirutimana es claro, y es el mismo impacto que produce la primera línea del libro, y la decimoctava, y la número cinco mil quinientos cuarenta y dos.
Las primeras conclusiones que saqué, sobre mi visión de este mundo, fueron claras:

1. El mundo es un lugar cruel. El ser humano llega a límites insospechados a la hora de hacer el mal. Aquellos que temen el avance de la ciencia como instrumento de maldad contra las personas están equivocados. No es necesaria demasiada tecnología para provocar el horror humano. Tan sólo un machete. 
2. Dios no existe.
3. Definitivamente, Dios no puede existir.
4. ¿Y esto pasó en 1994? ¿Tan reciente? Y no se habla de ello, y sólo se habla de un genocidio. ¿Por qué hay víctimas que son más importantes que otras?  ¿Qué pasa con todos los genocidios que no conocemos, de los que no se habla?
5. Espera... ¿CUÁNTO HAY QUE NO CONOZCO? ¿Podría dormir por las noches si lo conociera todo? 

Las historias espeluznantes y la situación de las familias que saben que van a ser masacradas -y efectivamente, la mayoría de ellas cumplen con su destino- suceden y sólo puedes pensar, en que lo peor de todo es que el ser humano es capaz de hacer el mal en cualquier momento. Vecinos mataban a vecinos con los que el día anterior habían estado charlando en su casa. El odio es muy fácil de inspirar, demasiado fácil. Y da miedo saberlo.

Y lo peor de todo es que países que habían proclamado que jamás dejarían que sucediera un genocidio tras la Segunda Guerra Mundial, alentaban esa situación, la apoyaban, miraban a otro lado, la denunciaban pero no hacían nada al respecto... Valientes papeles de Bélgica, Francia, el propio Vaticano, la ONU, Estados Unidos... Una lee y cree que es ciencia ficción. Pero no. Es política internacional. La Declaración de los Derechos Humanos se abanderó, sí, ¡con el fin de protegernos a nosotros, no a los demás! 

Merece muchísimo la pena leer este libro, sobre todo para saber de una historia de la que no se habla. Nunca había leído con atención la historia de Ruanda, de hutus y tutsis. Sé que me queda mucho por aprender. También merece la pena para plantearse cuestiones sobre la humanidad, y para saber sobre qué hacen los países en estas situaciones. Sobre todo, para pensar en qué efecto psicológico tenía -de lejos, tratar de ponerse en la piel de los supervivientes y los que perecieron, porque una situación así no se la imagina nadie- en la gente saber que puedes morir en cualquier momento, mirar a los ojos a tu asesino, reconocerle como el que ayer te daba una palmadita de amistad en la espalda. 

Recordé una de las primeras páginas de La insoportable levedad del ser, cuando el autor habla de que si se cumpliera el eterno retorno, nada tendría sentido, como interminables guerras en África que nadie jamás llegaría a conocer. No me gusta hablar de África en general, porque no es un país, es un gran continente. Pero me llamó mucho la atención esa parte, sobre todo porque conecta con un pensamiento que me inquieta y me entristece. Mi cerebro imaginó a millones de personas muriendo una y otra vez, desesperadas, mudas. Sin repercusiones externas, sin consecuencias más allá que su propia muerte. Es precisamente lo que sucede. ¿Qué sentido tiene el sufrimiento humano? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento que genera una dictadura, una catástrofe, un genocidio, una tortura en medio de un lugar donde nadie mira dos veces salvo de cuando en cuando? Cuando mueren 800.000 personas en cien días y el mundo sigue igual... te preguntas por qué la vida humana parece tener un valor distinto según la región geográfica. 

Si un humano no tiene valor, entonces ¿qué lo tiene?

El sentido del mundo está dentro de mundo. Da mucho coraje pensar que han existido ciertos tipos de infiernos en la tierra, y que existen actualmente más infiernos. También es difícil darse cuenta de que el cielo también se construye en la tierra. Aunque me haya quedado muy bíblico, es la verdad. O aprendemos a convivir o acabamos todos muertos que ya seguirá el mundo sin nosotros. Y denunciar el mal no es suficiente. 

2 comentarios:

  1. Nos escudamos en denuncias y olvidamos actuar.
    Como estudiante de Literatura, tomo nota de tu recomendación a la voz de ya.

    Besos grises

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  2. Es de esos libros que tocan algún punto de tu ser, ya me contarás.
    Pensé que estudiabas Magisterio, no sé por qué xD

    Saludos :)

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