sábado, 12 de diciembre de 2015

Unamuno

Haga lo que haga con mi vida, sólo estoy segura de un oficio: maravillarme con los grandes, cerrar los ojos y entregarme a su suerte.

No hacen falta presentaciones.
Espero que disfrutéis de este regalo que nos hizo, hace mucho, Miguel de Unamuno.


Y VA DE CUENTO 
(por Miguel de Unamuno)


A Miguel, el héroe de mi cuento, habíanle pedido uno. ¿Héroe? ¡Héroe, sí! ¿Y por qué? -preguntará el lector-. Pues primero, porque casi todos los protagonistas de los cuentos y de los poemas deber ser héroes, y ello por definición. ¿Por definición? ¡Sí! Y si no, veámoslo.
P.- ¿Qué es un héroe?
R.- Uno que da ocasión a que se pueda escribir sobre él un poema épico, un epinicio, un epitafio, un cuento, un epigrama, o siquiera una gacetilla o una mera frase.
Aquiles es héroe porque le hizo tal Homero, o quien fuese, al componer la Ilíada. Somos, pues, los escritores -¡oh noble sacerdocio!- los que para nuestro uso y satisfacción hacemos los héroes, y no habría heroísmo si no hubiese literatura. Eso de los héroes ignorados es una mandanga para consuelo de simples. ¡Ser héroe es ser cantado!
Y, además, era héroe el Miguel de mi cuento porque le habían pedido uno. Aquel a quien se le pida un cuento es, por el hecho mismo de pedírselo, un héroe, y el que se lo pide es otro héroe. Héroes los dos. Era, pues, héroe mi Miguel, a quien le pidió Emilio un cuento, y era héroe mi Emilio, que pidió el cuento a Miguel. Y así va avanzando este que escribo. Es decir,
burla, burlando, van los dos delante.
Y mi héroe, delante de las blancas y agarbanzadas cuartillas, fijos en ellas los ojos, la cabeza entre las palmas de las manos y de codos sobre la mesilla de trabajo -y con esta descripción me parece que el lector estará viéndole mucho mejor que si viniese ilustrado esto-, se decía: «Y bien, ¿sobre qué escribo ahora yo el cuento que se me pide? ¡Ahí es nada, escribir un cuento quien, como yo, no es cuentista de profesión! Porque hay el novelista que escribe novelas, una, dos, tres o más al año, y el hombre que las escribe cuando ellas le vienen de suyo. ¡Y yo no soy un cuentista!...
Y no, el Miguel de mi cuento no era un cuentista. Cuando por acaso los hacía, sacábalos, o de algo que, visto u oído, habíale herido la imaginación, o de lo más profundo de sus entrañas. Y esto de sacar cuentos de lo hondo de las entrañas, esto de convertir en literatura las más íntimas tormentas del espíritu, los más espirituales dolores de la mente, ¡oh, en cuanto a esto!... En cuanto a esto, han dicho tanto ya los poetas líricos de todos los tiempos y países, que nos queda ya muy poco por decir.
Y luego los cuentos de mi héroe tenían para el común de los lectores de cuentos -los cuales forman una clase especial dentro de la general de los lectores- un gravísimo inconveniente, cual es el de que en ellos no había argumento, lo que se llama argumento. Daba mucha más importancia a las perlas que no al hilo en que van ensartadas, y para el lector de cuentos lo importante es la hilación, así, con hache, y no ilación, sin ella, como nos empeñamos en escribir los más o menos latinistas que hemos dado en la flor de pensar y enseñar que ese vocablo deriva de infero, fers, intuli, illatum. (No olviden ustedes que soy catedrático, y de yo serlo comen mis hijos, aunque alguna vez merienden de un cuento perdido.)
Y estoy a la mitad de otro cuarteto.
Para el héroe de mi cuento, el cuento no es sino un pretexto para observaciones más o menos ingeniosas, rasgos de fantasía, paradojas, etc., etc. Y esto, francamente, es rebajar la dignidad del cuento, que tiene un valor sustantivo -creo que se dice así- en sí mismo y por sí mismo. Miguel no creía que lo importante era el interés de la narración y que el lector se fuese diciendo para sí mismo en cada momento de ella: «Y ahora, ¿qué vendrá?», o bien: «¿Y cómo acabará esto?». Sabía, además, que hay quien empieza una de esas novelas enormemente interesantes, va a ver en las últimas páginas el desenlace y ya no lee más.
Por lo cual creía que una buena novela no debe tener desenlace, como no lo tiene, de ordinario, la vida. O debe tener dos o más, expuestos a dos o más columnas, y que el lector escoja entre ellos el que más le agrade. Lo que es soberanamente arbitrario. Y mi este Miguel era de lo más arbitrario que darse puede.
En un buen cuento, lo más importante son las situaciones y las transiciones. Sobre todo estas últimas. ¡Las transiciones, oh! Y respecto a aquellas, es lo que decía el famoso melodramaturgo d'Ennery: «En un drama (y quien dice drama dice cuento), lo importante son las situaciones; componga usted una situación patética y emocionante, e importa poco lo que en ella digan los personajes, porque el público, cuando llora, no oye». ¡Qué profunda observación esta de que el público, cuando llora, no oye! Uno que había sido apuntador del gran actor Antonio Vico me decía que, representando este una vez La muerte civil, cuando entre dos sillas hacía que se moría, y las señoras le miraban con los gemelos para taparse con ellos las lágrimas y los caballeros hacían que se sonaban para enjugárselas, el gran Vico, entre hipíos estertóricos y en frases entrecortadas de agonía, estaba dando a él, al apuntador, unos encargos para contaduría. ¡Lo que tiene el saber hacer llorar!
Sí; el que en un cuento, como en un drama, sabe hacer llorar o reír, puede en él decir lo que se le antoje. El público, cuando llora o cuando se ríe no se entera. Y el héroe de mi cuento tenía la perniciosa y petulante manía de que el público -¡su público, claro está!- se enterase de lo que él escribía. ¡Habrase visto pretensión semejante!
Permítame el lector que interrumpa un momento el hilo de la narración de mi cuento, faltando al precepto literario de la impersonalidad del cuentista (véase la Correspondance de Flaubert, en cualquiera de sus cinco volúmenes Oeuvres completes, París, Louis Conard, libraire-éditeur, MDCCCXX), para protestar de esa pretensión ridícula del héroe de mi cuento de que su público se interesa de lo que él escribía. ¿Es que no sabía que la más de las personas leen para no enterarse? ¡Harto tiene cada uno con sus propias penas y sus propios pesares y cavilaciones para que vengan metiéndole otros! Cuando yo, a la mañana, a la hora del chocolate, tomo el periódico del día, es para distraerme, para pasar el rato. Y sabido es el aforismo de aquel sabio granadino: «La cuestión es pasar el rato»; a lo que otro sabio, bilbaíno éste, y que soy yo, añadió: «Pero sin adquirir compromisos serios». Y no hay modo menos comprometedor de pasar el rato que leer el periódico. Y si cojo una novela o un cuento no es para que de reflejo suscite mis hondas preocupaciones y mis penas, sino para que me distraiga de ellas. Y por eso no me entero de lo que leo, y hasta leo para no enterarme...
Pero el héroe de mi cuento era un petulante que quería escribir para que se enterasen, y, es natural, así no puede ser, no le resultaba cuanto escribía sino paradojas.
¿Que qué es esto de una paradoja? ¡Ah!, yo no lo sé, pero tampoco lo saben los que hablan de ellas con cierto desdén, más o menos fingido; pero nos entendemos, y basta. Y precisamente el chiste de la paradoja, como el del humorismo, estriba en que apenas hay quien hable de ellos y sepan lo que son. La cuestión es pasar el rato, sí, pero sin adquirir compromisos serios; y ¿qué serio compromiso se adquiere tildando a algo de paradoja, sin saber lo que ella sea, o tachándolo de humorístico?
Yo, que, como el héroe de mi cuento, soy también héroe y catedrático de griego, sé lo que etimológicamente quiere decir eso de paradoja: de la preposición para, que indica lateralidad, lo que va de lado o se desvía, y doxa, opinión, y sé que entre paradoja y herejía apenas hay diferencia; pero...
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el cuento? Volvamos, pues, a él.
Dejamos a nuestro héroe -empezando siéndolo mío y ya es tuyo, lector amigo, y mío; esto es, nuestro- de codos sobre la mesa, con los ojos fijos en las blancas cuartillas, etc. (véase la precedente descripción) y diciéndose: «Y bien, ¿sobre qué escribo yo ahora?...».
Esto de ponerse a escribir, no precisamente porque se haya encontrado asunto, sino para encontrarlo, es una de las necesidades más terribles a que se ven expuestos los escritores fabricantes de héroes, y héroes, por lo tanto, ellos mismos. Porque, ¿cuál, sino el de hacer héroes, el de cantarlos, es el supremo heroísmo? Como no sea que el héroe haga a su hacedor, opinión que mantengo muy brillante y profundamente en mi Vida de don Quijote y Sancho, según Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, librería de Fernando Fe, 19051-y sirva esto, de paso, como anuncio-, obra en que sostengo que fue don Quijote el que hizo a Cervantes y no este a aquél. ¿Y a mí quién me ha hecho, pues? En este caso, no cabe duda que el héroe de mi cuento. Sí, yo no soy sino una fantasía del héroe de mi cuento.
¿Seguimos? Por mí, lector amigo, hasta que usted quiera; pero me temo que esto se convierta en el cuento de nunca acabar. Y así es el de la vida... Aunque, ¡no!, ¡no!, el de la vida se acaba.
Aquí sería buena ocasión, con este pretexto, de disertar sobre la brevedad de esta vida perecedera y la vanidad de sus dichas, lo cual daría a este cuento un cierto carácter moralizador que lo elevara sobre el nivel de esos otros cuentos vulgares que sólo tiran a divertir. Porque el arte debe ser edificante. Voy, por lo tanto, a acabar con una
Moraleja. Todo se acaba en este mundo miserable: hasta los cuentos y la paciencia de los lectores. No sé, pues, abusar.

viernes, 11 de diciembre de 2015

La Narcisa que no escribía

Miró a primero a la izquierda, y luego a la derecha, antes de cruzar la calle. Realmente lo hizo por rutina, porque era lo que había que hacer, ya que en ningún momento prestó atención a si se acercaban los faros de algún coche. Tan sólo los ruidos lejanos de algún vehículo a alta velocidad podrían haberla puesto alerta. Pero sus pensamientos estaban en cualquier otra parte. Su cuerpo cruzó la vía, pero su mente estaba en cualquier otro mundo.
Pensó en lo fácil que sería encontrar la muerte, pero ese acontecimiento era una posibilidad remota en su cabeza, la evocación de lo morboso, del desastre. Cualquier roce con la parca sería lamentado en su momento. Sin embargo, cuando el peligro se notaba lejos, en una situación cotidiana, era muy fácil pensar en ello tomándolo a la ligera, como una línea más en el argumento de su vida.
-¿Sirvo para algo?
Habló en voz baja, pero aun así pronunció la pregunta cuya respuesta le aterraba, esas dos letras juntas que ya había formulado en su interior, que le pesaban en el corazón como una barra de plomo macizo.
Porque no se veía en ninguna parte, pero a la vez era joven, tenía energía –al menos estaba capacitada para generarla-.
Quizá podría dedicarse a la escritura; ella, tan callada, con la mirada siempre puesta en cualquier parte, con los pensamientos a todo bullir. No. Ella era una observadora de sí misma, se contemplaba como Narciso cada día en el espejo del mundo, no veía nada más que a sí misma. Si le preguntaban por su opinión, ella se cuestionaba qué esperarían de ella; si le comentaban una anécdota ajena, ella la comparaba con su vida, desconectaba rápidamente y con el automático puesto formulaba ciertas respuestas –interjecciones amables, oraciones reconfortantes-, si debía recordar algo, sólo recordaba lo que le había afectado a ella. ¿Sobre qué escribir si sólo sabes sobre ti? ¿Y si eso no le interesa al mundo?

No podía escribir sobre nada, pues, más que garabatear tontas notas en cuadernos, folios, blogs. Sólo traducía los ecos de su mente, las preocupaciones que se posaban en su pecho, cogiendo polvo. 
El cuaderno el blanco no era más que un espejo en el que se veía a sí misma. 
Ella sólo quería romper el cristal para convertirlo en una ventana. 
Para ello tendría que sangrar. 

Por eso duele ver la verdad del mundo. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

dolor

He aquí, de nuevo, el bucle sin fin.
Mi pecho dolorido y amoratado, después, la sanación.
No termino de curarme cuando apareces y te muestro mis heridas. Lames la sangre con cuidado, me acaricias tiernamente como a un animal.
No termina de cerrar la herida cuando la abres de nuevo.

Un cuchillo dolorido que se va, y no hago más que volver a por otro más profundo, más profundo...
¿Te quedarás?
No me queda opción más que arriesgarme, arrastrar mi cuerpo por el barro, beber la lluvia y armarme de valor.
No te imaginas lo fuerte que soy, aunque no lo parezca. Lo soy. Porque de ninguna otra manera podría continuar aguantando fraccionada en mil pedazos, despertando como Sísifo, y al amanecer, una vez terminada la magia de la noche, despertando de nuevo amargamente, con el vacío que ha dejado tu espacio, con la brecha abierta. Ya no lames mi sangre. De hecho, casi puedo ver cómo te das la vuelta.

La pregunta es... ¿gritar tu nombre una última vez o morir en silencio?
No importa... No termino de encontrar la voz cuando ya se me cierran los ojos.

Silencio.

jueves, 3 de septiembre de 2015

expansión

Comienza mi mes favorito pero la verdad es que ni me he dado cuenta. Tan sólo he sentido un leve cosquilleo, como el de un avión al despegar. Como ese pequeño dolor de huesos que te molesta y que te dicen: "es que estás creciendo". 
Muchas cosas se están expandiendo en mí últimamente: mi hambre por crear, mi hambre por leer, mi hambre por conocer, nuevas sensaciones, nuevas cosas, nuevas personas. 
Me compré un cuaderno para la mitad de las vacaciones y casi está relleno. Sin embargo, lo leo y todo parece una mierda. Estoy demasiado acostumbrada a despreciar mi arte. El rollo gira demasiado rápido a veces, y es desesperadamente lento en otras ocasiones. Antes me pasaba por semanas; unas pasaban más rápido que otras. Ahora la alternancia está en los minutos y a veces creo volverme loca.
Algo pasa en mí. 
No es bueno, ni es malo.
Parece cambio (y esto me digo ante los huesos extrañamente doloridos, al cosquilleo de dentro).

lunes, 3 de agosto de 2015

Don't settle

Sospecho que tengo miedo al compromiso.

Yo, la que suspira por los romances de libro donde son felices juntos para siempre. Yo que veo a parejas de más de ochenta años unidas por el amor y deseo eso para mí,

Pero en la vida...

No hay nadie que llegue a mis expectativas.
Necesito conocer a alguien que me haga estallar la mente, que me vuelva loca en sueños, que me quite el aliento. No me parece algo malo huir del compromiso, no conformarse.

Sé que cuando conozca a alguien que en una semana me haga sentir como si le conociera de toda la vida, sé que cuando note el hogar en un abrazo, entonces, estaré lista.

No quiero conformarme.
Sólo necesitaba escribirlo, para no olvidarlo.

domingo, 2 de agosto de 2015

Cerrando heridas por fin

Eras un terrible fantasma. 

Y tras meses persiguiéndome en sueños, es por fin cuando comienzo a librarme de ti.

Ha sido de la manera más tonta. No pudo conseguirlo mi resolución de no volver a pensarte. Imposible, con tantos lugares de Madrid. A veces notaba la presencia de mi deseo caminando por las calles que nos vieron hablar por primera vez. Siempre me he preguntado si tú también te acordarías de mi cada vez que pasaras por ciertos lugares, o si desearías que caminara contigo, en diciembre, en marzo, en abril. Sé que no. 

A veces me dolía pisar los lugares intactos por los que no había vuelto a pasar. La ciudad en la que vivo te recordaba constantemente a mi pesar, como un diario imborrable. Hubo algunas calles de las que no podía librarme; y aún habiendo pasado cientos de veces por Sol, aún continúo recordando el punto exacto en que viniste a saludarme y a partir de entonces todo me pareció un sueño. Otras calles tardaron más tiempo en ser revisitadas, pero dolían igual. Yo sabía que era cuestión de esperar. Cuanto más mirara a la herida menos miedo me daría. El mapa de ti se diluyó con el tiempo, por suerte, y se pobló con nuevos recuerdos. Sin embargo, no era sólo el pasado el que me atormentaba, sino también el futuro. ¿Cómo reaccionaría si me cruzara contigo algún día? Miles de situaciones se formulaban en mi mente, y miles de preguntas. Y sobre todo, todo lo que tantas ganas he tenido siempre de decirte. 

Hasta que llegó el momento.

Volví tras casi un año a aquel lugar sagrado. Donde me viste por primera vez y dio comienzo todo. Destruí la huella intacta, volví a captarla con mis sentidos en vez de con mi memoria. A diferencia de la última vez, ya no estabas tú. Caminé en silencio y pasé por esa misma columna, entre grupos que reían, entre el estruendo de la música. Ironías del destino, sonó una canción que por alguna razón siempre me había recordado a ti. El bar intacto me recibía. Llegaba a donde más dolía. 

Te nombré -como hago a veces, cuando el ruido de tu recuerdo es tan fuerte-, y conversé con mi amiga. Me dijo algo que me dolió como cuando te recolocan un hueso roto del cuerpo para que sane bien. Solo que esta vez era una parte de mi misma la que estaba rota, y no sabía reconocer. 

No te interesaba, simplemente. Aunque yo lo creí y puede que tú lo creyeras, no lo hacía. Porque las cosas hubieran sido muy distintas.

Dolió, intensamente. Sin embargo, tenía razón, sobre ti, tenía razón sobre mi y de pronto todo se tornó absurdo. Tu fantasma me ha estado persiguiendo porque siempre creí que había sido el cruel destino, un mal momento, el que te había alejado de mi. Sin embargo eran historias que enmascaraban lo que nunca quise ver. 

Bailé con mi amiga, en ese lugar que me dio algo que nunca olvidaré pero que es hora cerrar, ese lugar que tanto he temido porque quedará siempre marcado, aunque sea muy levemente, por el momento en que nos conocimos. Pero esa noche me divertí en ese lugar y me sentí como si danzara sobre una tumba que nunca me había atrevido a visitar, que me entristecía y no me dejaba en paz. El cementerio ha sido profanado y ya es hora de que el fantasma se marche. 

Dicen que las personas que conoces pasan por tu vida por alguna razón. Y aunque siempre lo recordaré con cariño es hora de liberarme. Nunca tendré respuestas a mis preguntas; prefiero, sinceramente, no saberlas nunca. Dejaste una historia inconclusa que me ha costado meses cerrar. Fantasma, es hora de que partas. 

jueves, 30 de julio de 2015

Una heroína.

Recordaba la expresión de aquellos a los que habían arrojado al mar, por caer enfermos. Y no sabía si era mejor seguir con vida, hacia un destino desconocido, y ser tratada como a un animal; o ser lanzada al mar, entre fiebres y zarandeos, para encontrar una violenta paz bajo las olas. “Algún día seremos libres. Sé que algún día nos liberarán de estas cadenas, y esos blancos entenderán que somos tan humanos como ellos.” — y el suelo de madera se movía bajo sus pies, debido al mecer del barco en mar bravo, provocando un desagradable reflejo de vómito, y obligando a la muchacha a recolocar su postura inhumana mientras su piel escocía por los grilletes y sus huesos dolían —. Una voz mandó callar, y la oscuridad se silenció —excepto respiraciones y sollozos; excepto lloros, gemidos, y las toses de los enfermos, las cuales intentaban ocultar para evitar cuanto mayor tiempo mejor ese horrible destino —. Qué fácil es desear la muerte, y cómo nos aferramos hasta al último aliento de vida cuando sabemos que está a punto de terminar… Así de grande fue su escalofrío y terror al escuchar su propia tos.

miércoles, 11 de febrero de 2015

BELLE (O la película con la que me casaría)

- ¿Crees que podría ver a James en la ciudad?
- Puede ser.
- Podría enamorarme de un hombre como él, Dido.
- ¿Amor? Hmmf.
- Beth, no albergues tales sentimientos: porque acabarás o pobre, o con el corazón roto.


martes, 10 de febrero de 2015

Día Especial (21).

Cuando los días son especiales, esperamos.
Esperamos de los demás;






esperamos que cumplan las promesas que escribieron de forma implícita en el aire, en forma de braille ondulado que recogían tus pestañas cada fría mañana, y cada noche.


Sí.

Generalmente, no se nos defrauda-
       -los amigos están ahí, con el hombro a punto, con el chiste en la boca para hacer de tu día un día mejor.
Y la familia (la de verdad), tiene el calor preparado para irradiarlo por todas las esquinas con las que poder cuadrar todos los círculos.


Los días especiales no se crean solos, los construyen. En los días especiales miras atrás para repasar las lecciones aprendidas, para pasar a limpio todas las notas de la vida que tomaste con prisa y sin prestar mucha atención (ah, ¡por fin tienen significado!). Los días especiales te reviven y tus frustraciones y penas caen como plumas de fénix, o, al menos, ondulan muy cerca del desprendimiento.

Hora de un día especial,
hora de esperaros.
Bienvenido sea cualquiera el que contribuya con una sonrisa, una palabra amable, un gesto de cariño.
Ahí estaré, yo, para sonreír de vuelta, y decir

"Gracias". 

domingo, 11 de enero de 2015

La historia de Mary Prince


Nací en Brackish Pond, en Bermuda, en una granja que pertenecía al señor Charles Myners. Mi madre era una esclava en la casa; y mi padre, cuyo nombre era Prince, era un aserrador que pertenecía al señor Trimmingham, un constructor de barcos en Crow-Lane. Cuando era una niña, el anciano señor Myners murió, y hubo un reparto de los esclavos así como otras propiedades de la familia. Fui comprada junto con mi madre por el anciano Capitán Darrel, y regalada a su nieta, la pequeña Miss Betsey Williams. El Capitán Williams, el yerno del señor Darrel, era el dueño de un buque que traficaba con muchos lugares en América y las Indias Occidentales, y rara vez estaban los dos juntos en casa.
La señora Williams era una mujer de buen corazón, que trataba bien a todos sus esclavos. Sólo tenía una hija: la señorita Betsey, para la cual me habían comprado, y quien era más o menos de mi edad. Era casi como una mascota para la señorita Betsey, y la quería un montón. Solía llevarme de la mano, y me llamaba “su pequeña negra”. Fue el periodo más feliz de mi vida: era demasiado joven como para entender con claridad mi condición como esclava, y demasiado irreflexiva y llena de espíritu como para pensar en un futuro lleno de trabajo duro y dolor.
(…)
¡Oh, fue un momento tan, tan triste! Recuerdo el día bien. La señora Pruden se acercó y dijo: “Mary, tendrás que irte directamente a casa; tu dueño se va a casar, y tiene intención de venderte a ti y a dos de tus hermanas para conseguir dinero para la boda”. Tras oír esto estallé en llanto –aunque por el momento poco consciente era del gran peso de mi infortunio, o de la miseria que me esperaba. Además, no quería alejarme de la señora Pruden, y del querido bebé, que había crecido tan encariñado conmigo. Durante unos momentos apenas creí que la señora Pruden fuera sincera, hasta que recibí expresas ordenes de que regresara inmediatamente. ¡Querida señorita Fanny! Cómo lloró a separarse de mí, mientras besaba y abrazada al bebé, pensando que nunca volvería a verle. Dejé a la señora Pruden, y volví a casa llena de pena. La idea de ser vendida lejos de mi madre y la señorita Betsey era tan aterradora, que no me atreví a hacerme pensar más en ello. Habíamos sido comprados al señor Myners, como dije antes, por el abuelo de la señorita Betsey, y dados a ella, por lo que debido al hecho de ser su propiedad, nunca se me pasó por la cabeza que tendríamos que separarnos o que me venderían lejos de ella.
(…)
¡Oh queridos! No puedo soportar pensar en ese día –es demasiado-. Me recuerda el gran lamento que llenaba mi corazón y los desconsolados pensamientos que pasaron por mi mente, mientras escuchaba las penosas palabras de mi pobre madre, sollozando por la pérdida de sus hijos. Desearía poder encontrar las palabras para deciros todo cuanto sentí y sufrí. Sólo el gran Dios de arriba sabe los pensamientos del corazón de un pobre esclavo, y los amargos dolores que siguen de separaciones como estas. Todo lo que amamos se nos arrebata –¡oh, es triste, triste! ¡y doloroso hasta los huesos!- no pude dormir esa noche pensado en la mañana; y la querida señorita Betsy no estaba menos afectada. No soportaba abandonar a sus compañeros de juegos.
(…)
La negra mañana vino al final; vino demasiado pronto para mi pobre madre y nosotros. Mientras nos ponía los nuevos trajes con los que íbamos a ser vendidas, dijo, con una voz llena de dolor (¡y nunca lo olvidaré!) “Estoy amortajando a mis pobres niños; ¡menuda tarea para una madre!” –y entonces llamó a la señorita Betsey para que se despidiera de nosotros. “Voy a llevar a mis pequeños pollitos al mercado”, y esas fueron sus palabras literales, “despídete de ellos, quizá no les veas nunca más.” La señorita Betsey nos besó a todos, y, cuando se fue, mi madre llamó al resto de los esclavos para que nos dijeran adiós. Una de ellas, llamada Moll, vino con un niño en brazos. ¡Ay!, dijo mi madre, viéndola girarse y mirar a su niño con lágrimas en los ojos, “¡tú serás el siguiente!”.
Los esclavos no podían decir nada para reconfortarnos; tan sólo llorar y lamentarse con nosotros. Cuando dejé a mis queridos hermanos y a la casa en la que me había criado, pensé que mi corazón iba a estallar.
(…)
Seguimos a mi madre hasta el mercado, donde nos colocó en una fila delante de una gran casa, con las espaldas apoyadas en la pared y nuestras manos plegadas en el pecho. Yo, como la menor, estaba la primera, estando Hannah la siguiente, y después Dinah; y nuestra madre estaba de pie a nuestro lado, llorando por nosotras. Mi corazón latía de dolor y terror tan violentamente, que apreté mis manos fuertemente sobre mi pecho, pero no podía mantenerlo, por lo que continuó a brincando como si fuera a hacer estallar mi cuerpo. ¿Pero a quién le importaba? ¿Acaso alguno de los muchos que observaban, que nos miraba de forma tan desinteresada, pensaría en el dolor que retuerce los corazones de las mujeres negras y sus jóvenes? ¡No, no! No eran todos malos, me atrevo a decir, pero la esclavitud endurece el corazón de los blancos contra los negros; y muchos de ellos no tienen reparo en hacer sus comentarios delante de nosotros en voz alta, sin ningún tipo de miramiento hacia nuestro dolor –aunque sus palabras clara caen como pimienta en las heridas frescas de nuestros corazones. Esos blancos sólo tienen pequeños corazones que sienten sólo lo suyo.
(…)
Entonces comenzó mi venta. Las apuestas comenzaron en unas pocas libras, y gradualmente alcanzaron las cincuenta y siete, cuando fui liquidada por el postor más fuerte. Vi entonces a mis hermanas ir hacia delante, y ser vendidas a distintos dueños; para que no tuviéramos la satisfacción de ser compañeras. Cuando la venta acabó, mi madre nos abrazó y besó, y se lamentó por nosotras, pidiéndonos que mantuviéramos un buen corazón e hiciéramos nuestras tareas para nuestros señores. Era una triste partida; una fue por un camino, otra por otro, y nuestra pobre madre volvió a casa sin nada.
(…)
He sido una esclava –y sé lo que se siente- y puedo decir lo que otros esclavos sienten, también por lo que me han contado. El hombre que dice que los esclavos son felices en esclavitud –que no quieren ser felices-, ese hombre es bien un ignorante o un mentiroso.

Mary Prince (1831)


FUENTE: http://docsouth.unc.edu/neh/prince/prince.html