miércoles, 14 de mayo de 2014

Conversaciones de autobús

“Es difícil ser yo. Me encantaría dejar de preocuparme por todo, dejar de… Me gustaría no levantarme todas las mañanas pensando que a los cuarenta años terminaré tirada en un parque, como todas esas personas que ves por la calle y te preguntas: ¿lo sabían? Cuando eran niños y jugaban con sus amigos en el patio de su casa, cuando su madre les preparaba su plato favorito por su cumpleaños y ellos se sentaban corriendo en la mesa y comenzaban a comer con avidez, felices, tan niños. ¿Podrían siquiera imaginar dónde acabarían en la mitad de su vida? Tengo miedo… De ser de esas personas. También me aterra saber que me hago mayor. Creo que mi mayor miedo es no volver a tener cosas a las que nunca presté importancia, y que cuando quiera recuperarlas, no pueda hacerlo nunca. Como la felicidad antes de volverme una mendiga, o antes de despertarme un día sabiendo que los mejores días de mi vida… Ya pasaron. Y que soy vieja.”
Esperé respuesta durante unos segundos, y por un momento pensé que no iba a decir nada. Finalmente los músculos de su ajada cara se pusieron en movimiento, y costosamente, como un coche antiguo al que le cuesta arrancar, permitieron al hombre emitir sonido. “Me has dicho que tienes diecinueve años. Aún tienes toda la vida por delante. Alegra esa cara de amargada y deja de pensar tanto”.
El anciano se fue dejándome sola en la marquesina, rodeada de una atmósfera de humo y ruido, la respiración de Madrid. Esto sucedió esta misma mañana. El desconocido no me quiso escuchar, y necesito que alguien lo haga. Es por ello por lo que estoy escribiendo esto.
Eres mi primer diario.



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