Te regalé
el Sol cada día.
(Me
despertaba antes que tú para llevártelo).
Pensaba
cada momento en cómo ingeniármelas para hacerte feliz al día siguiente.
A veces funcionaba. Entonces me amabas con locura. Pero siempre conseguía hacerte olvidar todo aquello que te había
molestado, herido, desmotivado. Por muy malo que fuera lo que te hubiera
pasado.
Pero
otras veces me odiabas. Cuántas veces me gritaste y me dijiste que desearías no
haberme conocido nunca. Y aun así, yo estaba ahí.
Cada vez
que llorabas de rabia, yo estaba ahí.
Cada vez
que habías tenido un mal día, yo estaba ahí.
Cada vez
que un idiota te hacía daño, yo estaba ahí.
Cada vez
que te enamorabas de alguien nuevo, yo estaba ahí.
Cada vez
que me gritabas que me dejaba manipular por un tal Karma.
Cada vez que me
decías que era la causa de todas tus desgracias.
Seguía
estando ahí.
Nuestra
relación fue la más especial de todas las que tuviste nunca.
Me
amabas, me odiabas, me volvías a amar. ¿Por qué seguíamos juntos?
La razón es sencilla: porque sabíamos que un día, inevitablemente, estaríamos separados.
Por más que me doliera, llegaría el día en que tuviera que
marcharme, y otro ocuparía mi lugar.
Era curiosa la forma que tenía, esta verdad, de congelarte y hacer que me agarraras tan fuerte que aún tengo las marcas de tus uñas en mis brazos.
Y era la
cosa más hermosa de todas, la manera en la que te aferrabas a mí.
Cuando te
resbalabas y te asustabas, porque por más tonta que fuera la caída, siempre
tenías miedo a despertarte y no verme.
Cuando
instintivamente tus pulmones te obligaban a volver a respirar tras bucear bajo
el mar.
Siempre
volvías a mí.
Recuerdo que había noches en las que te acostabas intentando imaginar cómo sería no volver a verme al despertar. Me lo comentabas en voz baja, y me decías que por más que lo habías intentado, era imposible. Era en estos momentos en los que veías las mejores cosas de mí. Cuando no eras capaz de imaginarte sin mí.
La mayor
parte de las veces perdíamos el tiempo. Cuando estabas ocupada, yo te
acompañaba y tú te quejabas de tus quehaceres. Solías odiar la primera mitad
del día y adorar la segunda. Te gustaba contarme qué cosas haríamos cuando
tuvieras tiempo libre. Sin embargo, cuando esto sucedía, lo único que hacíamos era tumbarnos al Sol, disfrutando de nosotros. Bebías mi aliento mientras me devolvías el tuyo. Cerrabas los ojos y me sentías en tus suaves latidos. Te regalaba todo lo que querías, todo
lo que había a tu alrededor. Era tuyo. Continuabas hablando conmigo sobre dónde
querías viajar la próxima vez que tuviéramos tiempo libre. Entonces, decías, lo
haríamos en serio, no como otras veces.
Aunque no
lo creas, me sentía fatal las veces en las que te preguntabas qué ibas a hacer conmigo.
Muchas veces, cuando te parabas a observarme –y cuando hacías esto tu ceño se
fruncía, y callabas- leía en tu mirada que no te gustaba nada de lo que era. Te aburría. No te satisfacía. Pasaste
muchas noches sin poder dormir, pensando en cómo podías cambiarme del todo, pero al final nunca te atrevías a hacerlo. Sólo me aceptabas, tal y como era. Te conformaste con lo que no te gustaba de mí. Pero ójala hubieras sabido que hubiera cambiado
del todo, si tú sólo me lo hubieras dicho. Hubiera sido cualquier cosa que me
pidieras.
Ójala hubieras sabido que el control siempre lo tuviste tú. Hubieras
sido más feliz, y hubiéramos hecho esos viajes que nunca te atreviste a hacer,
y las aventuras que sólo sucedían en tu cabeza.
Espero
que mi existencia haya valido la pena.
Espero
que cuando llegue el momento de separarnos, me recuerdes con cariño.
Espero
que le hables bien de mí, a aquel que te recogerá en sus brazos en cuanto me vaya (ya está todo atado, nunca te dejaría sola). No tengas miedo de él. Aparecerá aunque no quieras. De hecho, muchas veces desearás que aparezca antes de tiempo.
Soy el
amor más cardinal que has sentido,
soy el
adiós más duro que nunca dirás,
soy el
momento que más dura.
Mi límite
es el tuyo,
Y cuando
partamos lo haremos juntos.
Atentamente,
Tu Vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario